Una consecuencia importante de la escaramuza de la laguna fue que los pieles rojas se hicieron sus amigos. Peter habÃa salvado a Tigridia de un horrible destino y ahora no habÃa nada que sus bravos y ella no estuvieran dispuestos a hacer por él. Se pasaban toda la noche sentados arriba, vigilando la casa subterránea y esperando el gran ataque de los piratas que evidentemente ya no podÃa tardar mucho en producirse. Incluso de dÃa rondaban por ahÃ, fumando la pipa de la paz y con el aire más amistoso del mundo.
Llamaban a Peter el Gran Padre Blanco y se postraban ante él y esto le gustaba muchÃsimo, por lo que realmente no le hacÃa ningún bien.
—El Gran Padre Blanco —les decÃa con aires de grandeza, mientras se arrastraban a sus pies— se alegra de ver que los guerreros piccaninnis protegen su tienda de los piratas.
—Yo Tigridia —replicaba la hermosa muchacha—. Peter Pan salvarme, yo buena amiga suya. Yo no dejar que piratas hacerle daño.
Era demasiado bonito para rebajarse de tal forma, pero Peter pensaba que se lo debÃa y respondÃa con tono de superioridad.
—Está bien. Peter Pan ha hablado.