Peter Pan

10.  El hogar feliz

Una consecuencia importante de la escaramuza de la laguna fue que los pieles rojas se hicieron sus amigos. Peter había salvado a Tigridia de un horrible destino y ahora no había nada que sus bravos y ella no estuvieran dispuestos a hacer por él. Se pasaban toda la noche sentados arriba, vigilando la casa subterránea y esperando el gran ataque de los piratas que evidentemente ya no podía tardar mucho en producirse. Incluso de día rondaban por ahí, fumando la pipa de la paz y con el aire más amistoso del mundo.

Llamaban a Peter el Gran Padre Blanco y se postraban ante él y esto le gustaba muchísimo, por lo que realmente no le hacía ningún bien.

—El Gran Padre Blanco —les decía con aires de grandeza, mientras se arrastraban a sus pies— se alegra de ver que los guerreros piccaninnis protegen su tienda de los piratas.

—Yo Tigridia —replicaba la hermosa muchacha—. Peter Pan salvarme, yo buena amiga suya. Yo no dejar que piratas hacerle daño.

Era demasiado bonito para rebajarse de tal forma, pero Peter pensaba que se lo debía y respondía con tono de superioridad.

—Está bien. Peter Pan ha hablado.

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