La barra de los tres golpes

XIII

El Partido Reformista no había descuidado su organización y su correcta y eficiente actuación le reportaron considerable caudal de afiliados, superando a la Lista Blanca. Pero, como sucede en toda organización que cuenta con gran número de inscriptos, comenzaron las divisiones y los subgrupos.

El movimiento de setiembre repercutió hondamente en el mundo escolar y sus efectos se agravaron con una disposición adoptada por el Comité Ejecutivo de los reformistas, en virtud de la cual la presidencia del Centro no podía ejercerla un alumno de quinto año, pues al egresar perdía su carácter de estudiante, su vinculación con los problemas y la compenetración directa de los mismos. Teoría plausible, sin duda, y teóricamente correcta; pero en la práctica resultó desastrosa, pues el mejor elemento del partido cursaba el último año. Se advirtió esa realidad un poco tarde, en la misma mañana dominical en que tuvo lugar la asamblea para elegir candidatos, en una sala de la Casa del Pueblo, gentilmente cedida al efecto.

La reunión fue acalorada y un pequeño grupo aferrase a cláusulas estatutarias en aspectos banales; el debate adquirió aspereza hasta que el secretario general, Roberto Juan José Aprea, aquietó los ánimos con una oportuna exposición sobre el espíritu y la letra de las leyes, apoyándose en la obra de Montesquieu.

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