Una noche al principiar taquigrafía, el pizarrón, saturado de fórmulas poco antes, apareció repentinamente limpio. A su derecha, colgado de un piolín desde la perilla del marco de madera, vióse el sombrero de Barboy prácticamente indefinible, arrugado, cubierto de tiza y sin ninguno de los elementos que lo hubieran podido caracterizar como prenda de vestir.
Cuando su dueño entró al aula vio algo raro, pero no se preocupó; más cuando pudo reconocerlo, una vez repuesto de su sorpresa cerró los ojos, que tenia desmesuradamente abierto, y llevándose una mano a su amplia frente, exclamó con desesperación: “¡mi sombrero!”
La lucha cotidiana, el peligro permanente, aceleraron el proceso de madurez política de la juventud.
Había avidez creciente por el conocimiento de los problemas, intensificándose los alusivos a la vida estudiantil.
Hubo oportunidad de conocer la Reforma Universitaria viviendo un clima de acción heroica, que permitió sentir en carne propia la gesta de la magnífica generación del 18.