La barra de los tres golpes

Las noches de prueba repartía los papeles y abandonaba el aula; regresaba cuando faltaban cinco minutos para que sonara la campana; hacía ruido antes de entrar o tosía, como para advertir su presencia; cuando estimaba que había transcurrido el tiempo suficiente para guardar libros y papeles, entraba preguntando con e inteligente: "¿No copiaron, verdad?".

Algo similar ocurría con el titular de Derecho, Dr. Rosenvasser,ser, a quien se conocía del año anterior: imposible olvidar el tono inalterable de su voz, pausado y adormecedor; pero esta vez había una circunstancia agravante: correspondían a su materia las dos últimas horas del último día de la semana: sábado.

Al concluir los primeros cuarenta minutos, la división estaba semidormida; los que quedaban despiertos hacían esfuerzos sobrehumanos para no cerrar los ojos. Él lo advertía y se preocupaba para hacer más amena la clase; pero el tema no lo permitía. Con el joven profesor Pitorino, de francés, teníamos el recurso de traducir en broma el "Martín Fierro", hasta que alguna mala nota nos volvía a la realidad.

 

 

IV

 

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