La barra de los tres golpes

Pero los de segundo año ya se consideraban veteranos. Tenían la experiencia del tiempo transcurrido y la seguridad de la unión del núcleo que integraban. Les sobraba juventud y espíritu suficiente como para pensar que el mundo estaba mal hecho y a ellos les tocaba la misión de derrocarlo para reconstruirlo mejor. Tenían fe en sí mismos y los animaba el propósito de labrarse su porvenir paso a paso, sin desmayos, sin claudicaciones, sin aceptar más ayuda que su propio esfuerzo. Iban a construir su futuro ayudando a sus hogares y aunque pesaba sobre sus espaldas una tarea enorme, vivían con alegría, con optimismo. No tenían tiempo ni vocación para aburrirse, gozando plenamente cada minuto de cada hora, cada segundo de cada minuto, sin complejos ni desesperanzas.

Y todo ello con una naturalidad tal que ni siquiera podían detenerse a pensar que en una edad más propia para los juegos inocentes de la impubertad que para responsabilidades, ellos ya habían asumido una posición de lucha por la vida, pues trabajaban todo el día para consolidar la economía familiar, destinando las horas del descanso al intenso esfuerzo de la propia superación.

 

 

 

II

 

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