La barra de los tres golpes

 

 

VII

 

Con su cuerpo más bien voluminoso, su cara redonda y llena, tapada en parte por un grueso par de anteojos, y un enorme moño caído, casi colgante, apareció el Dr. J. J. Nágera, de ciencias naturales. Un tanto descuidado en el vestir, parecía despreocuparse de las formas para concentrarse exclusivamente en lo que absorbía su atención. Miraba muy firmemente, clavando los ojos que despedían brillo como si quisiera hipnotizar. Muy bueno, aunque parecía no querer aparentarlo, tenía muchas consideraciones para sus discípulos y se preocupaba por enseñarles bien. Hubo muy pronto una corriente de recíproco afecto.

Frecuentemente llevaba colecciones de huesos, que desparramaba sobre el escritorio. Hacía pasar a cualquiera, le ponía las manos atrás y dándole una vértebra u otro elemento, le hacía definirlo con tan sólo tocar los apófisis y los cóndilos; o bien de la colección expuesta, iba preguntando: “¿ Que huevo es éste?”. Si alguien trataba de ayudar, chistaba enojado: " ¡Pssss! ¡Cállese!". Pero al minuto su furia se había transformado en una sonrisa.

 

 

 

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