La barra de los tres golpes

VIII

 

Se le parecía en la negligencia en el vestir su colega de matemáticas, Dr. Antonio Morandi, contador público y abogado. Pero había una diferencia: mientras aquél simplemente se despreocupaba, éste daba la impresión de estar formalmente enemistado con todas las formas de elegancia masculina.

Un poco bajo y bastante obeso, aunque no tanto como el Dr. Kohan; descuidado en sus modales y en el idioma, singularizóse por sus frases y su pronunciación. Todo teorema concluía, sin posibilidad de excepción, con estas palabras: "¿Entendido bien? !Buá! A ver lo que sigue".

Cada vez que se citaban las líneas paralelas, debía añadirse "Y son iguales a los rieles del ferrocarril". Además, luego de enunciada una hipótesis, era indispensable agregar: “Efectivamente”. Pero esto resultaba difícil para el que pasaba, pues no podía contener la risa por el coro que lo acompañaba.

Su polo opuesto era el Dr. Márquez, de contabilidad, también de una cincuentena de años e igual contextura física, aunque ligeramente más alto; muy suave en sus maneras, infinitamente bueno, calmo para hablar y delicado en su trato, fumaba sin descanso consumiendo uno tras otro infinidad de cigarrillos, que encendía con la colilla del que terminaba.

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