La barra de los tres golpes

 

 

XV

 

 

Ortega y Díaz merecían justificadamente el calificativo de “reos”, en el sentido corriente del vocablo. Verdaderos campeones de aventuras, rivalizaban con Terés, alto, flaco y rubio muchacho de dieciocho años, de modales afeminados, que poseía gran ingenio y la absoluta convicción de que el estudio carecía de valor. Hijo del compositor musical Bernardino Terés, su asiduidad a los teatros de revistas y género frívolo, le inspiraba a, trasladar al aula la representación de los escenarios.

Tenía especialidad en el traslado de sillas que los bares instalaban en las aceras; las tomaba disimuladamente, las arrastraba, con cuidado y las depositaba a varias cuadras de su lugar de origen. Cantaba con gracia e imitaba personas y cosas. En la calle, levantaba el brazo derecho con el dedo índice apuntando al cielo y corría entre los rieles imitando el tranvía, haciendo los ruidos característicos del arranque, la frenada y el aumento o disminución de velocidad.

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