De aquellos esfuerzos que una vez fluían dulcemente en Sión,
Una porción ofrece cautelosamente;
Y, con aire solemne, dice «Alabemos a Dios».
Burns.
Heyward y sus compañeras observaron estos movimientos con disimulada inquietud, ya que, si bien la conducta del hombre blanco no merecía reproche alguno, sus rudimentarios métodos, su actitud lacónica y su carácter áspero, junto con el comportamiento silencioso de sus asociados, no podían menos que inspirar desconfianza en el ánimo de unas personas que acababan de ser víctimas de una traición india.
Sólo el extraño desconocido se mostraba indiferente a los hechos de aquel momento. Se había sentado en un saliente rocoso, sin dar señal alguna de su presencia, salvo por los suspiros intermitentes que denotaban lo afligido de su espíritu. Se oyeron voces lejanas, como surgidas del interior de la tierra, y a continuación el lugar en el que se encontraban fue bañado por una luz que dejaba al descubierto el refugio secreto.