El último de los Mohicanos

Capítulo XVI

EDGAR. —Antes de combatir en la batalla, abre esta carta.

El Rey Lear.

El comandante Heyward encontró a Munro acompañado únicamente por sus hijas. Atice estaba sentada en su regazo, apartando los mechones canosos de la frente del anciano con su delicada mano y besándole cariñosamente en su fruncido ceño cada vez que parecía gruñir de preocupación. Cora estaba sentada cerca, admirándoles muy complacida y sosegada. Contemplaba los ingenuos actos de su hermana pequeña con una especie de cariño maternal que caracterizaba el amor que le profesaba a la niña. No sólo los peligros que habían soportado, sino aquéllos que aún les amenazaban, parecían haberse olvidado con el apacible alivio de tan tierna reunión familiar. Parecía que la breve tregua les había servido para dedicar unos instantes a los sentimientos más puros y verdaderos. De este modo, el momento premiaba a las hermanas con la posibilidad de arrinconar sus temores, a la vez que le permitía al veterano dejar de lado sus preocupaciones. Duncan, quien por su entusiasmo había entrado precipitadamente y sin esperar a ser anunciado, se quedó durante unos segundos maravillado ante tan conmovedora escena, sin que le vieran. Pero los avispados ojos de Alice se percataron de su reflejo en un espejo de la habitación y ésta saltó, ruborizándose, del regazo de su padre, mientras exclamaba:

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