El último de los Mohicanos

Capítulo XVII

Tejemos la trama.

El hilo está hilvanado.

La telaraña está tejida.

La obra está completa.

Gray.

Los ejércitos rivales estacionados en las tierras del Horicano pasaron la noche del nueve de agosto de 1757 de una manera muy parecida a como lo habrían hecho si se hubiesen enfrentado en suelo europeo. Mientras los perdedores estaban quietos y apesadumbrados, los victoriosos se encontraban pletóricos de alegría. Pero, como siempre, hay un límite tanto para la tristeza como para la alegría; y antes de que amaneciera, la quietud de aquellos bosques sólo se vio perturbada por algún que otro grito ocasional proferido por uno de los franceses jóvenes de las patrullas en avanzadilla, cuando no sonaba un desafío aislado desde los muros del fuerte, ya que estaba estrictamente prohibido que se acercara nadie antes del momento estipulado. Incluso estas amenazas esporádicas cesaron en cuanto llegó esa hora grisácea que precede al nuevo día; y cualquiera que escuchara no detectaría sonido alguno que delatase la presencia de los dos contingentes armados en las orillas del «lago sagrado».

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