El último de los Mohicanos

Mientras Ojo de halcón y los indios encendían el fuego y se disponían a consumir su cena, consistente en una ración curada de carne de oso, el joven soldado se dedicó a inspeccionar el muro de la fortaleza que estaba orientado hacia las aguas del Horicano. El viento había decaído y las olas que llegaban hasta la orilla lo hacían con una cadencia más regular. Las nubes, como si estuviesen cansadas de su movimiento amenazador, se estaban disipando; las masas más grandes y negras se desplazaban hacia el horizonte, mientras las más ligeras y blanquecinas aún permanecían en el cielo por encima del agua, o entre las cumbres montañosas, como manadas desperdigadas de aves que sobrevolaran sus nidos. De vez en cuando, un destello rojizo y fugaz se percibía a través de los vapores, dándole un momentáneo brillo placentero al cielo gris. Más allá del centro de las colinas circundantes ya se aproximaba una oscuridad impenetrable; la llanura quedaba entonces como un inmenso mausoleo, sin que ningún ruido, ni siquiera un susurro, molestase el descanso de sus numerosos e infortunados ocupantes.





eXTReMe Tracker