El último de los Mohicanos

Capítulo XX

¡Tierra de Albania! Deja que mis ojos se posen

Sobre ti, ¡aguerrida nodriza de hombres salvajes!

Childe Harold.

Aún podía verse una multitud de estrellas en el cielo cuando Ojo de halcón se acercó para despertar a los que dormían. Habiéndose despojado de sus capas, Munro y Heyward ya estaban de pie mientras el cazador les llamaba desde la entrada de la rudimentaria cabaña, en la cual habían pasado la noche. Cuando salieron al exterior, encontraron al explorador aguardándoles en las cercanías, mediando como único saludo entre ellos un significativo gesto, pidiendo silencio, por parte del sagaz guía.

—Recen para sus adentros —les susurró mientras se acercaban—; ya que Aquel al que van dirigidas las plegarias conoce todas las formas de habla, tanto con las palabras como con el corazón. Pero, eso sí, no hablen; la voz de los blancos no suele estar hecha para disimularse en el bosque, como pudimos comprobar en el caso de ese pobre diablo el cantante. Vengan conmigo —continuó diciendo, mientras les llevaba a uno de los muros de las ruinas—; introduzcámonos en este lado de la zanja; tengan cuidado con los escombros de piedra y madera al avanzar.

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