El último de los Mohicanos

Capítulo XXI

Si encuentra un hombre allí, ése morirá como una pulga.

Las alegres comadres de Windsor.

El grupo había arribado a los límites de una región que, incluso hoy en día, permanece menos conocida para los habitantes del país que los desiertos de Arabia o las estepas tártaras. Se trataba de la zona árida y baldía que separa a los anuentes del lago Champlain de los del Hudson, el Mohawk y el Saint Lawrence. Desde aquella época, el lugar ha sido rodeado por numerosos poblados, finto del espíritu activo de sus habitantes, pero sólo el cazador o el salvaje ha osado adentrarse en sus indómitas profundidades.

Sin embargo, debido a que Ojo de halcón y los mohicanos ya habían atravesado a menudo las montañas y los valles de esos parajes, no vacilaron en meterse en ellos, haciendo alarde de su resistencia ante las dificultades y privaciones de la vida al aire libre. Durante muchas horas, los viajeros siguieron su camino, bien guiados por una estrella, bien por la del curso de algún riachuelo, hasta que el explorador decidió que hicieran una parada. Tras entablar un breve diálogo con los indios, encendieron un fuego e hicieron los preparativos de rigor para pasar allí la noche.

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