El último de los Mohicanos

Siguiendo el ejemplo de sus compañeros más experimentados, Munro y Duncan intentaron no mostrar temor alguno y durmieron con aparente tranquilidad, aunque en el fondo sintieron cierta inquietud. El rocío se estaba disipando y los primeros rayos del sol habían dispersado las neblinas matinales del bosque cuando los integrantes del grupo ya estaban de nuevo en marcha.

Después de recorrer unos kilómetros, los movimientos de Ojo de halcón al frente del grupo se volvieron más cuidadosos y expectantes. Con frecuencia se detenía para inspeccionar los árboles; tampoco se disponía a cruzar una comente sin tomar en consideración el volumen, la velocidad y el color de sus aguas. Desconfiando de sus cálculos, a menudo apelaba a las sinceras opiniones de Chingachgook. En el transcurso de una de estas pláticas, Heyward pudo ver que Uncas permanecía sereno y callado, aunque, a su juicio, muy atento a lo que se hablaba. Le entraron ganas de preguntarle al joven jefe indio cuál era su opinión acerca de los asuntos que se discutían, pero el gesto digno del nativo le indujo, finalmente, a pensar que éste confiaba por completo, al igual que él, en la sabiduría y la capacidad de los veteranos. Cuando, por fin, el explorador se expresó en inglés, no vaciló en afirmar lo embarazoso de su situación.

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