El último de los Mohicanos

—Que venga ante mí —sentenció el jefe.

Acto seguido, Tamenund volvió a dejarse caer en su asiento mientras los jóvenes obedecían su mandato, prevaleciendo un silencio tan profundo que podía oírse el murmullo de las hojas en el bosque circundante, movidas por la suave brisa matutina.














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