El último de los Mohicanos

Capítulo XXXI

FLUELLEN. —¡Acabad con el protocolo y los bagajes! Es totalmente contrario a la ley de las atinas: es una muestra de ingenuidad tan grande, os digo, como ninguna otra cosa vista en el mundo.

Enrique V.

Mientras el enemigo y su víctima continuaron a la vista, la multitud permaneció tan inmóvil como bajo el hechizo de alguna fuerza oculta aliada del hurón; pero en cuanto desaparecieron, fue presa de la rabia y la agitación. Uncas se quedó quieto y mantuvo su mirada fija en Cora hasta que los llamativos colores de su vestido se perdieron en el verdor del bosque. Acto seguido se movió silenciosamente a través de la multitud y se adentró en la vivienda de la cual había surgido anteriormente. Algunos de los guerreros más observadores vieron cómo los ojos del joven jefe brillaban con odio contenido al pasar por su lado, y le siguieron hasta el lugar que había escogido para meditar. Después de esto, tanto Tamenund como Alice fueron atendidos, y se les ordenó a las mujeres y los niños que se dispersaran. Durante la hora siguiente, el campamento era un hervidero de expectación e inquietud, cual nido de abejas a la espera de las órdenes de un líder para ponerse en marcha.

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