El último de los Mohicanos

Aquí y allá se oía el revoloteo de algún pajarillo entre las ramas de las hayas, y alguna ardilla dejaba caer una bellota, llamando la atención de los miembros del grupo; pero al momento siguiente, se oía soplar el viento sobre sus cabezas, a lo largo de esa verde y ondulada superficie boscosa que se extendía sin interrupción alguna, salvo por los ríos y los lagos, por aquel vasto territorio. Daba la sensación de que el pie del hombre jamás se había posado en la tierra que separaba a los delaware del poblado de sus enemigos, por lo tranquilo y sosegado del lugar. Pero Ojo de halcón, cuyo deber le ponía al frente de su grupo, sabía demasiado bien con quién estaba tratando como para fiarse del engañoso silencio. Cuando vio que todos los de su grupo estaban presentes, el explorador se colocó el «mata-ciervos» bajo el brazo y dio la orden de que retrocedieron unos cuantos metros, hasta llegar al valle de un pequeño riachuelo que ya habían pasado cuando avanzaron desde el poblado delaware. Aquí se detuvo y esperó a que toda la partida de guerreros que le acompañaba se reagrupara a su alrededor, tras lo cual les habló en lengua delaware, preguntándoles:

—¿Sabe alguno de mis guerreros hacia dónde nos lleva esta corriente?

Uno de ellos extendió la mano, separando dos de sus dedos y señalando la raíz común de los mismos, mientras decía:

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