El último de los Mohicanos

Posiblemente ningún distrito, a lo largo y ancho de la vasta extensión de las fronteras intermedias, pueda ofrecer un retrato más fidedigno de la crueldad y fiereza de las agresivas luchas de aquellos tiempos como el territorio que yace entre la cabecera del río Hudson y los lagos adyacentes.

Las facilidades que la naturaleza había dispuesto allí para el avance de los combatientes resultaban demasiado evidentes como para no tenerse en cuenta. La alargada extensión del lago Champlain abarcaba desde las fronteras del Canadá, adentrándose profundamente dentro de las fronteras de la vecina provincia de Nueva York, dando lugar a un pasadizo natural que atravesaba la mitad de la distancia que los franceses tendrían que cubrir para golpear a sus enemigos. Cerca de su extremo sur, se complementaba con otro lago, cuyas aguas eran tan limpias que habían sido elegidas en exclusiva por los misioneros jesuitas para celebrar la típica purificación del bautismo, y así concederle a tal masa de agua el título de lago «du Saint Sacrement». Los ingleses, menos entusiastas, pensaron que le conferían suficiente honor a sus inmaculadas fuentes dándole el nombre de su príncipe regente, el segundo de la casa de los Hanover. Ambos bandos coincidían en privarles a los ignorantes poseedores del paisaje arbolado de su derecho nativo de perpetuar el apelativo original de «Horicano» que le habían dado[1].

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