Oliver Twist

Capítulo XXXV

Habla del resultado poco satisfactoria de la aventura de Oliver y copia una conversación interesante habida entre Rosa y Enrique

Cuando la gente de la casa, atraída por los gritos de espanto de Oliver, llegó al sitio de donde aquéllos partían, encontráronle pálido y trastornado, señalando con el brazo extendido en dirección a las praderas que lindaban con el jardín, y sin que su garganta agarrotada pudiera dejar escapar más palabras que éstas:

—¡El judío! … ¡El judío!

Giles no comprendió lo que aquel grito significaba, pero Enrique Maylie, cuyas operaciones mentales eran más rápidas que las del grave mayordomo, y que por otra parte había oído referir a su madre toda la historia de Oliver, comprendió desde el primer momento lo que significaban las entrecortadas palabras del muchacho.

—¿Qué dirección tomó? —preguntó armándose de un garrote que encontró en un rincón.

—Aquélla —respondió Oliver, señalando la que los hombres habían seguido—. En un momento los perdí de vista.

—Entonces, están en el foso: sígueme procurando no separarte de mí.

Así diciendo, Enrique saltó la cerca y echó a correr con tanto brío, que no sin gran dificultad lograron seguirle los demás.

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