Dos dÃas después de ocurridos los sucesos narrados en el capÃtulo anterior, Oliver montaba en un coche de camino que debÃa conducirle velozmente a la población en que vio la luz primera. Acompañábanle la señora Maylie y señorita Rosa, la buena señorita Bedwin y el excelente doctor, y, ocupando una silla de posta, seguÃan el señor Brownlow y otra persona, cuyo nombre no mencionaremos por ahora.
Poco, muy poco se hablaba durante el viaje, pues Oliver se sentÃa dominado por una agitación y una incertidumbre que le impedÃan poner en orden sus pensamientos y le privaban casi del uso de la palabra, y esa agitación y esa incertidumbre producÃan efectos casi idénticos en todos sus compañeros. La señora Maylie y Rosa sabÃan ya por Brownlow las declaraciones de Monks, y aunque todos estaban persuadidos de que el objeto del viaje era acabar una obra con tan brillantes auspicios comenzada, no es menos cierto que el asunto se presentaba envuelto en dudas y misterios que a todos traÃan recelosos y suspensos.
Tanto Brownlow como el doctor tuvieron buen cuidado de impedir que llegara a oÃdos de las señoras la noticia de los trágicos acontecimientos ocurridos recientemente.