DA GUSTO CONVERSAR CON UN HOMBRE INTELIGENTE
Incluso iba hablando a solas. Al ver a Fiodor Pavlovitch en el salón, le gritó: «
¡No entro: me voy a mi habitación! ¡Adiós!» Y pasó de largo, sin mirar a su padre.
Sin duda, se habla dejado llevar de la aversión que el viejo le inspiraba, y esta animosidad expresada con tanta insolencia sorprendió a Fiodor Pavlovitch. Éste tenía que decir algo urgente a su hijo, y con esta intención había ido a su encuentro. Ante la inesperada acogida de Iván, se detuvo y le siguió con una mirada irónica hasta que hubo desaparecido.
—¿Qué le pasa? —preguntó a Smerdiakov, que llegó en ese momento.
—Está enojado, Dios sabe por qué —repuso Smerdiakov, evasivo.
—¡Que se vaya al diablo con su enfurruñamiento! Ve a prepararle el samovar y vuelve. ¿Alguna novedad?
Entonces vinieron las preguntas referentes a la visitante esperada, de que Smerdiakov acababa de quejarse a Iván Fiodorovitch. No hace falta que las repitamos.
Media hora después, las puertas estaban cerradas, y el trastornado viejo iba de un lado a otro, con el corazón palpitante, esperando la señal convenida. A veces miraba por las oscuras ventanas, pero sólo veía las sombras de la noche.