La Ilíada

486 Así dijo. Sus jactanciosas frases apesadumbraron a los argivos y conmovieron el corazón del aguerrido Penéleo, que arremetió contra Acamante; el cual no aguardó la acometida del rey Penéleo. Éste hirió a Ilioneo, hijo único que a Forbante —hombre rico en ovejas y amado sobre todos los troyanos por Hermes, que le dio muchos bienes— su esposa le había parido: la lanza, penetrando por debajo de una ceja, le arrancó la pupila, le atravesó el ojo y salió por la nuca, y el guerrero vino al suelo con los brazos abiertos. Penéleo, desnudando la aguda espada, le cercenó la cabeza, que cayó a tierra con el casco; y, como la fornida lanza seguía clavada en el ojo, cogióla, levantó la cabeza cual si fuese una flor de adormidera, la mostró a los troyanos y, blasonando del triunfo, dijo:

501 —¡Teucros! Decid en mi nombre a los padres del ilustre Ilioneo que le lloren en su palacio; ya que tampoco la esposa de Prómaco Alegenórida recibirá con alegre rostro a su marido cuando, embarcándonos, nos vayamos de Troya los aqueos.

506 Así habló. A todos les temblaban las carnes de miedo, y cada cual buscaba adónde huir para librarse de una muerte espantosa.

508 Decidme ahora, Musas, que poseéis olímpicos palacios, cuál fue el primer aqueo que alzó del suelo cruentos despojos, cuando el ilustre Poseidón, que bate la tierra, inclinó el combate en favor de los aqueos.

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