La República

Libro VIII de La República

I.—Es, pues, cosa convenida por nosotros, mi querido Glaucón, que en un Estado bien constituido todo debe ser común; mujeres, hijos, educación, ejercicios propios de la paz y de la guerra, y que debe designarse como reyes del mismo a hombres consumados en la filosofía y en la ciencia militar.

—Convenido está —dijo.

—También hemos convenido en que, una vez designados los gobernantes, hay que asentar a los guerreros en casas del género que hemos dicho, que serán comunes y en las que nadie tendrá nada propio. Además de la habitación recordarás lo que dispusimos sobre la clase de bienes que poseerán.

—Sí —dijo—. Recuerdo que nos pareció necesario que ninguno de ellos fuese propietario de nada, que es lo contrario de lo que sucede actualmente con los demás; y que, considerándose como atletas destinados a combatir y vigilar por el bien público, debían proveer a su seguridad y a la de sus conciudadanos, y recibir de los demás, en retribución de sus servicios, lo que necesitaran cada año para su manutención.[1]

—Bien —repuse—. Pero puesto que sobre esta materia hemos dicho ya cuanto había que decir, recordemos la altura a que estaba nuestra polémica cuando dimos cabida a la presente digresión, y tomemos de nuevo el hilo del debate para continuarlo.

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