Sandokan el Rey del Mar

Los albatros corrían a ras del agua y de repente se elevaban, describiendo vertiginosos círculos; los quebrantahuesos atravesaban las montañas de agua que rodaban por el océano, y volteaban en el aire los llamados fragatas.

Pero el Rey del Mar afrontaba admirablemente el huracán, remontando con facilidad las olas que le asaltaban por la proa, y que mugían y bramaban a sus costados.

Sandokán y Yáñez dieron orden a Horward para que activase los fuegos de las calderas, con objeto de poder llegar a Mangalum antes de que el huracán se desencadenase, porque entonces seria peligrosísimo intentar la arribada.

Durante la tarde estalló la borrasca con verdadero furor, y todavía no se divisaba el pico de la isla.

La prudencia aconsejaba internarse en el mar, pues de este modo el crucero no se expondría al peligro de que el viento lo arrojase contra una roca.

-Esperaremos a que esto se calme para acercamos a Mangalum -dijo Sandokán -; todavía tenemos combustible para un par de días.

El Rey del Mar había puesto la proa a Poniente, pues en aquella dirección no había bancos ni escollos, El huracán le batía entonces con inaudita violencia, y le imprimía espantosas sacudidas.

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