Transcurrió la noche sin que Sandokán descansara un solo momento. Continuó paseando en la cubierta por entre las torres, pero ya no volvió a abrir la boca.
Cuando los primeros albores del nuevo día comenzaron a difundirse por el cielo. Mandó acelerar la marcha del crucero, y que los artilleros fuesen a ocupar su puesto de combate.
Por medio de una rápida maniobra, se puso a distancia de pocos cables de los barcos, y mandó izar su bandera, apoyando la orden con un cañonazo sin bala.
Agudos gritos resonaron en los dos transportes, cuyos puentes se cuajaron de soldados, pálidos de terror.
-¡Arriad la bandera y rendíos, o de lo contrario, os echo a pique! -les dijo Sandokán, por medio de señales.
Al mismo tiempo ordenó apuntar los cañones, dispuesto a que a la orden siguiese la ejecución de la amenaza.