Sandokan el Rey del Mar

-¡A tu puesto!

Yáñez había dado la orden de echar atrás.

El Rey del Mar anduvo todavía unos doscientos metros, a pesar de que la hélice funcionaba en sentido contrario; en seguida se detuvo y conservó una inmovilidad absoluta, pues el océano estaba como una auténtica balsa.

El cabo de cañón se había colocado ya detrás de una de las grandes piezas.

En la toldilla de la nave reinaba un silencio profundo. Todos esperaban aquel disparo llenos de ansiedad, y tenían fijos los ojos en la chalupa, la cual bogaba a todo vapor por enmedio de la fosforescencia, aunque procuraba acercarse al crucero sin ser descubierta.

De repente rompió el silencio un grito que salió de la torre:

-¡Pronto!

La pequeña embarcación de vapor se encontraba en aquellos instantes a unos mil quinientos metros de distancia del Rey del Mar. Su casco negro se dibujaba claramente sobre la luminosa superficie de las aguas.

Retumbó una detonación y un relámpago iluminó al mismo tiempo las tinieblas.

Durante algunos instantes se oyó por el aire un ronco silbido, que fue debilitándose rápidamente. El proyectil de buen calibre se alejaba rozando las ondas.

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