Ivanhoe

Cuando el caballero herido estaba a punto de interpelar a la hermosa aparición, ésta ordenó silencio colocando un fino dedo sobre sus labios de rubí, mientras que el criado, acercándosele, procedió a descubrir el costado de Ivanhoe. La hermosa judía dio muestras de satisfacción al ver que los vendajes estaban en su sitio y la herida presentaba buen aspecto. Cumplió con su deber con digna simplicidad, sublimando con su proceder incluso lo que hubiera podido ser considerado como repugnante para la condición femenina. La idea de que una persona tan joven y hermosa se encontrara a los pies de la cama de un enfermo, vendando la herida de un paciente de diferente sexo, desaparecía ante la visión de un ser caritativo que prestaba su eficaz ayuda para aliviar el dolor. Las pocas y concisas instrucciones que Rebeca dio al criado fueron pronunciadas en hebreo, y el anciano, que ya había sido su ayudante en otros casos similares, obedecía sin replicar.







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