La fierecilla domada

ESCENA IV

En Padua, delante de la casa de Bautista.

(Entran TRANIO [haciendo siempre de Lucentio) y el PEDAGOGO, vestido cual si fuese Vincentio, y con botas de viaje cual si acabase de llegar.)

TRANIO:

He aquí la casa, señor. ¿Os agradaría que llamase?

EL PEDAGOGO:

Ciertamente. ¿Por qué no? Si mucho no me engaño, el señor Bautista recordará, tal vez haberme visto hace unos veinte años, en Génova, donde estábamos alojados en la posada del Pegaso.

TRANIO:

¡Magnífico! Ocurra lo que ocurra, comportaos siempre con la gravedad propia de mi padre.

EL PEDAGOGO:

Estad seguro de ello. (Llega Biondello.) Pero he aquí vuestro lacayo. Creo que sería conveniente ponerle al tanto de la cosa.

TRANIO:

No os preocupéis por él. ¡Biondello!…, atención, que el momento ha llegado de que cumplas como es debido tu deber. No olvides que este señor es el propio Vincentio.

BIONDELLO:

¡Bah!, podéis estar tranquilos.

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