Viaje al centro de la tierra

Dirigí hacia la llanura la vista y vi una inmensa columna de piedra pómez pulverizada, de arena y de polvo que se elevaba girando como una tromba; el viento la empujaba hacia el flanco del Sneffels sobre el cual nos encontrábamos; aquella cortina opaca, tendida delante del sol, producía una gran sombra que se proyectaba sobre la montaña. Si la tromba se inclinaba, nos envolvería sin remedio entre sus torbellinos. Este fenómeno, bastante frecuente cuando el viento sopla de los ventisqueros, se conozca con el nombre de mistour en islandés.

Hostigt, has tíg —gritó nuestro guía.

A pesar de no poseer el danés, comprendí que era preciso seguir a Hans sin demora. El guía comenzó a circundar el cono del cráter, pero descendiendo con objeto de facilitarnos la marcha.

No tardó mucho la tromba en chocar contra la montaña, que se estremeció a su contacto; las piedras, suspendidas por los remolinos del viento, volaron en forma de lluvia, como en las erupciones. Nos hallábamos, por fortuna, en la vertiente opuesta y al abrigo de todo peligro; pero, a no ser por la precaución del guía, nuestros cuerpos, desmenuzados, convertidos en polvo impalpable, hubieran ido a caer lejos como el producto de algún desconocido meteoro.

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