Viaje al centro de la tierra

Esperé algunos instantes sin que el profesor viniera. Era la primera vez, que yo sepa, que faltaba a la solemnidad de la comida. ¡Y qué comida, Dios mío! Sopas de perejil, tortilla de jamón con acederas y nuez moscada, solomillo de ternera con compota de ciruelas, y, de postre, langostinos en dulce, y todo abundantemente regado con exquisito vino del Mosa.

He aquí la apetitosa comida que se perdió mi tío por un viejo papelucho. Yo, a fuer de buen sobrino, me creí en el deber de comer por los dos, y me atraqué de un modo asombroso.

—¡No he visto en los días de mi vida una cosa semejante! —decía la buena Marta, mientras me servía la comida. ¡Es la primera vez que el señor Lidenbrock falta a la mesa!

—No se concibe, en efecto.

—Esto parece presagio de un grave acontecimiento —añadió la vieja criada, sacudiendo sentenciosamente la cabeza.

Pero, a mi modo de ver, aquello lo que presagiaba era un escándalo horrible que iba a promover mi tío tan pronto se percatase de que había devorado su ración.

Me estaba yo comiendo el último langostino, cuando una voz estentórea me hizo volver a la realidad de la vida, y, de un salto, me trasladé del comedor al despacho.

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