Viaje al centro de la tierra

—Es evidente —observé— que las capas superiores de este caudal de agua se hallan a gran altura, a juzgar por la fuerza con que sale.

—La cosa no es dudosa —replicó mi tío—; si esta columna de agua tiene 32.000 pies de altura, su presión en este orificio es de 1.000 atmósferas. Pero tengo una idea.

—¿Cuál?

—¿Por qué obstinamos en taponar esta apertura?

—Pues, porque…

La verdad es que no pude encontrar ninguna razón convincente.

—Cuando hayamos llenado nuestras vasijas, ¿estamos seguros de volver a encontrar donde llenarlas de nuevo?

—Evidentemente, no.

—Pues entonces, dejemos correr esta agua, que, al descender siguiendo su curso natural, nos servirá de guía, al par que atemperará nuestra sed.

—¡Muy bien pensado! —exclamé—; y teniendo por compañero a este arroyo, no hay ninguna razón para que nuestros proyectos no obtengan un éxito lisonjero.

—¡Ah, hijo mío! Veo que te vas convenciendo —dijo el profesor, sonriente.

—No me ves convenciendo; estoy convencido ya, tío.

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