Viaje al centro de la tierra

—Sin duda, bajo una presión de setecientas diez atmósferas.

—¿Y más abajo?

—Más abajo, esta densidad será mayor todavía.

—¿Y cómo bajaremos entonces?

—Llenándonos de piedras los bolsillos.

—A fe, tío, que tiene usted respuesta para todo.

No me atreví a avanzar más en el campo de las hipótesis, porque hubiera tropezado con alguna otra imposibilidad que habría hecho dar un salto al profesor.

Era, sin embargo, evidente que el aire, bajo una presión que podía llegar a ser de millares de atmósferas, acabaría por solidificarse, y entonces, aun dando de barato que hubiesen resistido nuestros cuerpos, sería necesario detenerse a pesar de todos los razonamientos del mundo.

Pero no hice valer este argumento, pues mi tío me hubiera en seguida sacado a colación a su eterno Saknussemm, precedente sin valor, porque, aun suponiendo que fuese cierto su viaje, siempre podría responderse que, no habiéndose inventado el barómetro ni el manómetro en el siglo XVI, ¿cómo pudo determinar este sabio islandés su llegada al centro del globo?

Mas guardé para mí esta objeción, y resolví esperar los acontecimientos.

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