Viaje al centro de la tierra

—La cabeza, aunque con algunas contusiones, la tienes sobre los hombros en el más perfecto estado.

—Pues bien, tengo miedo de que mi cerebro no funcione como es debido.

—¿Por qué?

—¿No hemos vuelto a la superficie del globo?

—No, ciertamente.

Entonces, necesariamente estoy loco, porque veo la luz del día y oigo el ruido del viento que sopla y del mar que revienta en la playa.

—Si sólo se trata de eso…

—¿Me lo explicará usted?

—¿Cómo he de explicarte yo lo que es inexplicable? Pero ya lo verás con tus ojos y comprenderás entonces que la ciencia geológica no ha pronunciado aún su última palabra.

—Salgamos, pues —exclamé, levantándome bruscamente.

—¡No, Axel, no! El aire libre podría perjudicarte.

—¿El aire libre?

—Sí. Hace demasiado viento, y no quiero que te expongas de este modo.

—¡Pero si le aseguro a usted que me encuentro perfectamente!

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