Viaje al centro de la tierra

—El otro es una serpiente escondida bajo el caparazón de una tortuga; el plesiosauro, implacable enemigo del primero.

Hans tiene mucha razón. Sólo dos monstruos turban de esta manera la superficie del mar, y tengo ante mis ojos dos reptiles de los primitivos océanos. Veo el ojo ensangrentado del ictiosauro, que tiene el tamaño de la cabeza de un hombre. La Naturaleza le ha dotado de un aparato óptico de extraordinario poder, capaz de resistir la presión de las capas de agua en que habita. Se le ha llamado la ballena de los saurios, porque posee su misma velocidad y tamaño. Su longitud no es inferior a cien pies, y, cuando saca del agua las aletas verticales de su cola, me hago cargo mejor de su enorme magnitud. Sus mandíbulas son enormes, y, según los naturalistas, no posee menos de 182 dientes.

El plesiosauro, serpiente de tronco cilíndrico, tiene la cola corta y las patas dispuestas en forma de remos. Su cuerpo se halla todo él revestido de un enorme carapacho, y su cuello, flexible como el del cisne, yérguese treinta pies sobre las olas.



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