Viaje al centro de la tierra

Para concluir, añadiré que este viaje al centro de la Tierra produjo una unánime sensación en el mundo. Fue traducido e impreso en todas las lenguas; los más importantes periódicos publicaron sus principales episodios, que fueron comentados, discutidos, atacados y defendidos con igual entusiasmo por los creyentes a incrédulos. Y, cosa rara, mi tío disfrutó todo el resto de su vida de la gloria que había conquistado, y no faltó un señor Barnuim que le propusiese exhibirle, a muy elevado precio, en los Estados Unidos.

Pero un profundo disgusto, un verdadero tormento amargaba esta gloria. El hecho de la brújula seguía sin explicación, y el que semejante fenómeno no hubiese sido explicado constituía verdaderamente un suplicio para la inteligencia de un sabio. El Cielo, sin embargo, reservaba a mi tío una felicidad completa.

Un día, arreglando en su despacho una colección de minerales, descubrí la famosa brújula y me puse a examinarla.

Hacía seis meses que estaba allí, en un rincón, sin poder sospechar los quebraderos de cabeza que estaba proporcionando.

¡Qué estupefacción la mía! Lancé un grito que hizo acudir al profesor.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—¡Esta brújula!

—¿Qué? ¡Acaba!

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