El Amigo fiel

Una mañana, la vieja rata de agua sacó la cabeza fuera de su madriguera. Tenía ojos brillantes como bolas de cristal e hirsutos bigotes grises, y su rabo parecía una larga tira de goma negra. Los patitos estaban nadando en el estanque, semejantes a una bandada de canarios amarillos, y su madre, que era de un blanco puro, con patas rojas, intentaba enseñarles a sostenerse cabeza abajo en el agua.

-Nunca entraréis en la alta sociedad si no sabéis sosteneros cabeza abajo -les decía y repetía.

Y de vez en cuando les mostraba cómo se hacía. Pero los patitos no le hacían caso. Eran tan jóvenes que no sabían qué ventajas tiene pertenecer a la sociedad.

-¡Qué niños tan desobedientes! -exclamó la rata de agua-; realmente les estaría bien merecido que se aho-garan.

-¡De ninguna manera! -respondió la pata-, todo el mundo tiene que aprender, y por mucha paciencia que tengan los padres nunca tienen suficiente.

-¡Ah! Yo no sé nada de los sentimientos de los padres -dijo la rata de agua-; no soy madre de familia1. En realidad, nunca he estado casada ni tengo intención de estarlo nunca. El amor está muy bien, a su manera, pero la amistad es muy superior a él. En verdad, no conozco nada en el mundo que sea ni más noble ni más raro que una amistad leal.

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