Callados, solos y sin compañía
caminábamos uno tras del otro,
lo mismo que los frailes franciscanos.
Vuelto había a la fábula de Esopo
mi pensamiento la presente riña,
donde él habló del ratón y la rana,
porque igual que «enseguida» y «al instante»,
se parecen las dos si se compara
el principio y el fin atentamente.
Y, cual de un pensamiento el otro sale,
así nació de aquel otro después,
que mi primer espanto redoblaba.
Yo así pensaba: «Si estos por nosotros
quedan burlados con daño y con befa,
supongo que estarán muy resentidos.
Si sobre el mal la ira se acrecienta,
ellos vendrán detrás con más crueldad
que el can lleva una liebre con los dientes.»
Ya sentía erizados los cabellos
por el miedo y atrás atento estaba
cuando dije: «Maestro, si escondite
no encuentras enseguida, me amedrentan
los Malasgarras: vienen tras nosotros:
tanto los imagino que los siento.»
Y él: «Si yo fuese de azogado vidrio,
tu imagen exterior no copiaría
tan pronto en mí, cual la de dentro veo;