La Divina Comedia

CANTO XXXI

La misma lengua me mordió primero,

haciéndome teñir las dos mejillas,

y después me aplicó la medicina:

así escuché que solía la lanza

de Aquiles y su padre ser causante

primero de dolor, después de alivio,

Dimos la espalda a aquel mísero valle

por la ribera que en torno le ciñe,

y sin ninguna charla lo cruzamos.

No era allí ni de día ni de noche,

y poco penetraba con la vista;

pero escuché sonar un alto cuerno,

tanto que habría a los truenos callado,

y que hacia él su camino siguiendo,

me dirigió la vista sólo a un punto.

Tras la derrota dolorosa, cuando

Carlomagno perdió la santa gesta,

Orlando no tocó con tanta furia.

A poco de volver allí mi rostro,

muchas torres muy altas creí ver;

y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es éste?»

Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas

demasiado a lo lejos, te sucede

que en el imaginar estás errado.

Bien lo verás, si llegas a su vera,

cuánto el seso de lejos se confunde;

así que marcha un poco más aprisa.»

eXTReMe Tracker