La misma lengua me mordió primero,
haciéndome teñir las dos mejillas,
y después me aplicó la medicina:
así escuché que solía la lanza
de Aquiles y su padre ser causante
primero de dolor, después de alivio,
Dimos la espalda a aquel mísero valle
por la ribera que en torno le ciñe,
y sin ninguna charla lo cruzamos.
No era allí ni de día ni de noche,
y poco penetraba con la vista;
pero escuché sonar un alto cuerno,
tanto que habría a los truenos callado,
y que hacia él su camino siguiendo,
me dirigió la vista sólo a un punto.
Tras la derrota dolorosa, cuando
Carlomagno perdió la santa gesta,
Orlando no tocó con tanta furia.
A poco de volver allí mi rostro,
muchas torres muy altas creí ver;
y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es éste?»
Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas
demasiado a lo lejos, te sucede
que en el imaginar estás errado.
Bien lo verás, si llegas a su vera,
cuánto el seso de lejos se confunde;
así que marcha un poco más aprisa.»