La Divina Comedia

CANTO IV

Rompió el profundo sueño de mi mente

un gran trueno, de modo que cual hombre

que a la fuerza despierta, me repuse;

la vista recobrada volví en torno

ya puesto en pie, mirando fijamente,

pues quería saber en dónde estaba.

En verdad que me hallaba justo al borde

del valle del abismo doloroso,

que atronaba con ayes infinitos.

Oscuro y hondo era y nebuloso,

de modo que, aun mirando fijo al fondo,

no distinguía allí cosa ninguna.

«Descendamos ahora al ciego mundo

—dijo el poeta todo amortecido

:

yo iré primero y tú vendrás detrás.»

Y al darme cuenta yo de su color,

dije: «¿Cómo he de ir si tú te asustas,

y tú a mis dudas sueles dar consuelo?»

Y me dijo: «La angustia de las gentes

que están aquí en el rostro me ha pintado

la lástima que tú piensas que es miedo.

Vamos, que larga ruta nos espera.»

Así me dijo, y así me hizo entrar

al primer cerco que el abismo ciñe.

Allí, según lo que escuchar yo pude,

llanto no había, mas suspiros sólo,

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