Rompió el profundo sueño de mi mente
un gran trueno, de modo que cual hombre
que a la fuerza despierta, me repuse;
la vista recobrada volví en torno
ya puesto en pie, mirando fijamente,
pues quería saber en dónde estaba.
En verdad que me hallaba justo al borde
del valle del abismo doloroso,
que atronaba con ayes infinitos.
Oscuro y hondo era y nebuloso,
de modo que, aun mirando fijo al fondo,
no distinguía allí cosa ninguna.
«Descendamos ahora al ciego mundo
—dijo el poeta todo amortecido
:
yo iré primero y tú vendrás detrás.»
Y al darme cuenta yo de su color,
dije: «¿Cómo he de ir si tú te asustas,
y tú a mis dudas sueles dar consuelo?»
Y me dijo: «La angustia de las gentes
que están aquí en el rostro me ha pintado
la lástima que tú piensas que es miedo.
Vamos, que larga ruta nos espera.»
Así me dijo, y así me hizo entrar
al primer cerco que el abismo ciñe.
Allí, según lo que escuchar yo pude,
llanto no había, mas suspiros sólo,