La Divina Comedia

CANTO V

De esa sombra me había separado,

y seguía los pasos de mi guía,

cuando detrás de mí, su dedo alzando,

una gritó: «iMirad, que no iluminan

los rayos a la izquierda del de abajo,

y cual vivo parece comportarse!»

Volví los ojos al oír aquello,

y los vi que miraban asombrados,

sólo a mí, y a la luz que interceptaba.

«¿Tú ánimo por qué se enreda tanto

—dijo el maestro— que el andar retardas?

¿qué te importa lo que esos cuchichean?

Deja hablar a la gente y ven conmigo:

sé como aquella torre que no tiembla

nunca su cima aunque los vientos soplen;

pues aquel en quien bulle un pensamiento

sobre otro pensamiento, se extravía,

porque el fuego del uno ablanda al otro.»

¿Qué podía decir si no: « Ya voy»?

Díjelo, más cubriéndome el color

que digno de perdón al hombre vuelve.

Mientras tanto a través de la ladera

una gente venía hacia nosotros,

cantando el «Miserere», verso a verso.

Cuando notaron que ocasión no daba

de atravesar los rayos con mi cuerpo,

por un gran «Oh» cambiaron su cantiga;

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