Los saludos corteses y dichosos
por tres y cuatro veces reiterados,
Sordello se apartó y dijo: «¿Quién sois?»
«Antes de que llegaran a este monte
las almas dignas de subir a Dios,
Octavio dio a mis huesos sepultura.
Yo soy Virgilio; y por culpa ninguna,
salvo el no tener fe, perdí los cielos.»
Así repuso entonces mi maestro.
Como queda quien ve súbitamente
algo maravilloso frente a él,
que cree y que no, diciendo «Es..., o no es...»,
aquel así; después bajó los ojos,
y se volvió hacia él humildemente,
y le abrazó donde el menor se agarra.
«Gloria de los latinos, por el cual
mostró cuánto podia nuestra lengua,
oh prez eterna, del pueblo natal,
qué mérito o qué gracia a mí te muestra?
Si de escuchar soy digno tus palabras,
dime si acaso vienes del infierno.»
«Por los recintos todos de aquel reino
doliente, aquí he llegado —respondió—
y, enviado del cielo, con él vengo.
Perdí, no por hacer, mas por no hacer,
el ver el alto sol que tú deseas,
pues que fue tarde por mí conocido.