«¿Quién es éste que sube nuestro monte
antes de que la muerte alas le diera,
y abre los ojos y los cierra a gusto?»
«No sé quién es, mas sé que no está sólo;
interrógale tú que estás más cerca,
y recíbelo bien, para que hable.»
Así dos, apoyado uno en el otro,
conversaban de mí a mano derecha;
luego los rostros, para hablar alzaron.
Y dijo uno: «Oh alma que ligada
al cuerpo todavía, al cielo marchas,
por caridad consuélanos y dinos
quién eres y de dónde, pues nos causas
con tu gracia tan grande maravilla,
cuanto pide una cosa inusitada.»
Y yo: «Se extiende en medio de Toscana
un riachuelo que nace en Falterona,
y no le sacian cien millas de curso.
junto a él este cuerpo me fue dado;
decir quién soy sería hablar en balde,
pues mi nombre es aún poco conocido.»
«Si he penetrado bien lo que me has dicho
con mi intelecto —me repuso entonces
el que dijo primero— hablas del Arno.»
Y el otro le repuso: «¿Por qué esconde
éste cuál es el nombre de aquel río,