La Divina Comedia

CANTO XVII

Acuérdate, lector, si es que en los Alpes

te sorprendió la niebla, y no veías

sino como los topos por la piel,

cómo, cuando los húmedos y espesos

vapores se dispersan ya, la esfera

del sol por ellos entra débilmente;

y tu imaginación será ligera

en alcanzar a ver cómo de nuevo

contemplé el sol, que estaba ya en su ocaso.

Mis pasos a los fieles del maestro

emparejando, fuera de tal nube

salí a los rayos muertos ya en lo bajo.

Oh fantasía que le sacas tantas

veces de sí, que el hombre nada advierte,

aunque suenen en torno mil trompetas,

¿si no son los sentidos, quién te mueve?

Una luz que en cielo se conforma,

por sí o por el Querer que aquí la empuja.

De la impiedad de aquella que se hizo

el ave que en cantar más nos deleita,

a mi imaginación vino la huella;

y entonces tanto se encerró mi mente

en si misma, que nada le llegaba

del exterior que recibir pudiese.

Luego llovió en mi fantasía uno

crucificado, fiero y desdeñoso

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