La Divina Comedia

CANTO XX

Contra un mejor querer otro no lucha;

y contra mi placer, por complacerle,

saqué del agua la esponja aún sedienta.

Eché a andar y mi guía echó a andar por los

lugares libres, siguiendo la roca,

cual pegados de un muro a las almenas;

pues la gente que vierte gota a gota

por los ojos el mal que el mundo llena,

al borde se acercaba demasiado.

¡Maldita seas tú, oh antigua loba,

que más que el resto de las bestias matas,

a causa de tus hambres desmedidas!

¡Oh, cielo, que se cree que cuando gira

puede cambiar las leyes de aquí abajo!,

¿cuándo vendrá quien a ésta le haga huir?

A paso lento y corto caminábamos,

atento yo a las sombras, que sentía

llorar piadosamente y lamentarse

y por ventura oí. «¡Dulce María!»

clamar así en el llanto ante nosotros,

como hace una mujer que esté pariendo;

y que seguía— «Fuiste tú tan pobre

cuanto se puede ver por el cobijo

donte tu santa carga depusiste.»

Oí seguidamente: «Oh buen Fabricio,

antes virtud quisiste en la pobreza,

que gran riqueza poseer vicioso.»

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