Contra un mejor querer otro no lucha;
y contra mi placer, por complacerle,
saqué del agua la esponja aún sedienta.
Eché a andar y mi guía echó a andar por los
lugares libres, siguiendo la roca,
cual pegados de un muro a las almenas;
pues la gente que vierte gota a gota
por los ojos el mal que el mundo llena,
al borde se acercaba demasiado.
¡Maldita seas tú, oh antigua loba,
que más que el resto de las bestias matas,
a causa de tus hambres desmedidas!
¡Oh, cielo, que se cree que cuando gira
puede cambiar las leyes de aquí abajo!,
¿cuándo vendrá quien a ésta le haga huir?
A paso lento y corto caminábamos,
atento yo a las sombras, que sentía
llorar piadosamente y lamentarse
y por ventura oí. «¡Dulce María!»
clamar así en el llanto ante nosotros,
como hace una mujer que esté pariendo;
y que seguía— «Fuiste tú tan pobre
cuanto se puede ver por el cobijo
donte tu santa carga depusiste.»
Oí seguidamente: «Oh buen Fabricio,
antes virtud quisiste en la pobreza,
que gran riqueza poseer vicioso.»