Mientras los ojos por la verde fronda
fijaba de igual modo que quien suele
del pajarillo en pos perder la vida,
el más que padre me decía: «Hijo,
ven pronto, pues el tiempo que nos dieron
más útilmente aprovechar se debe.»
Volví el rostro y el paso sin tardarme,
junto a los sabios, que en tal forma hablaban,
que me hicieron andar sin pena alguna.
Y en esto se escuchó llorar y un canto
labia mea domine, en tal modo,
cual si pariera gozo y pesadumbre.
«Oh dulce padre, ¿qué es lo que ahora escucho?»,
yo comencé; y él: «Sombras que caminan
de sus deudas el nudo desatando.»
Como los pensativos peregrinos,
al encontrar extraños en su ruta,
que se vuelven a ellos sin pararse,
así tras de nosotros, más aprisa,
al llegar y pasamos, se asombraba
de ánimas turba tácita y devota.
Todos de ojos hundidos y apagados,
de pálidos semblantes, y tan flacos
que del hueso la piel tomaba forma.
No creo que a pellejo tan extremo
seco, hubiese llegado Erisitone,