«Después que Constantino volvió el águila
contra el curso del cielo, que ella antes
siguió tras el esposo de Lavinia,
más de cien y cien años se detuvo
en el confín de Europa aquel divino
pájaro, junto al monte en que naciera;
a la sombra de las sagradas plumas
gobernó el mundo allí de mano en mano,
y así cambiando vino hasta las mías.
César fui, soy el mismo Justiniano
que quitó, inspirado del Espíritu,
lo excesivo y superfluo de las leyes.
Y antes de que a esta obra me entregara,
una naturaleza en Cristo sólo
creía, y esta fe me era bastante;
mas aquel santo Agapito, que fue
sumo pastor, a la fe verdadera
me encaminó con sus palabras santas.
Yo le creí; y claramente veo
lo que había en su fe, como tu ves
en la contradicción lo falso y cierto.
Y en cuanto que eché andar ya con la Iglesia,
por gracia a Dios le plugo el inspirarme
la gran tarea y me entregué de lleno;
y a Belisario encomendé las tropas,
quien gozó tanto del favor del cielo,