La Divina Comedia

CANTO IX

Después, Bella Clemencia, que tu Carlos

las dudas me aclaró, contó los fraudes

que debiera sufrir su descendencia;

mas dijo: «Calla y deja andar los años»;

nada pues os diré, sólo que un justo

duelo vendrá detrás de vuestros males.

Y ya el alma de aquel santo lucero

se había vuelto al sol que le llenaba

como aquel bien que colma cualquier cosa.

¡Ah criaturas impías, necias almas,

que el corazón torcéis de un bien tan grande,

hacia la vanidad volviendo el rostro!

Y entonces otro de los esplendores

vino a mí, y que quería complacerme

el brillo que esparcía me mostraba

Los ojos de Beatriz, que estaban fijos

sobre mí, igual que antes, asintieron

dando consentimiento a mi deseo.

«Dale compensación pronto a mis ansias,

santo espíritu y muéstrame —le dije—

que lo que pienso pueda en ti copiarse.»

Y aquella luz a quien no conocía,

desde el profundo seno en que cantaba,

dijo como quien goza el bien haciendo:

«En esa parte de la depravada

Italia que se encuentra entre Rialto

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