Después, Bella Clemencia, que tu Carlos
las dudas me aclaró, contó los fraudes
que debiera sufrir su descendencia;
mas dijo: «Calla y deja andar los años»;
nada pues os diré, sólo que un justo
duelo vendrá detrás de vuestros males.
Y ya el alma de aquel santo lucero
se había vuelto al sol que le llenaba
como aquel bien que colma cualquier cosa.
¡Ah criaturas impías, necias almas,
que el corazón torcéis de un bien tan grande,
hacia la vanidad volviendo el rostro!
Y entonces otro de los esplendores
vino a mí, y que quería complacerme
el brillo que esparcía me mostraba
Los ojos de Beatriz, que estaban fijos
sobre mí, igual que antes, asintieron
dando consentimiento a mi deseo.
«Dale compensación pronto a mis ansias,
santo espíritu y muéstrame —le dije—
que lo que pienso pueda en ti copiarse.»
Y aquella luz a quien no conocía,
desde el profundo seno en que cantaba,
dijo como quien goza el bien haciendo:
«En esa parte de la depravada
Italia que se encuentra entre Rialto