Imagine quien quiera comprender
lo que yo vi —y que la imagen retenga
mientras lo digo, como firme roca—
quince estrellas que en zonas diferentes
el cielo encienden con tanta viveza
que cualquier densidad del aire vencen;
imagine aquel carro a quien el seno
basta de nuestro cielo noche y día
y al dar vuelta el timón no se nos marcha;
imagine la boca de aquel cuerno
que al extremo del eje se origina,
al que da vueltas la primera esfera,
haciéndose dos signos en el cielo,
como hiciera la hija del rey Minos
sintiendo el frío hielo de la muerte;
y uno poner sus rayos en el otro,
y dar vueltas los dos de tal manera
que uno fuera detrás y otro delante;
y tendrá casi sombra de la cierta
constelación y de la doble danza
que giraba en el punto en que me hallaba:
pues tan distante está de nuestros usos,
cuanto está del fluir del río Chiana
del cielo más veloz el movimiento.
Allí cantaron no a Pean ni a Baco,
a tres personas de naturaleza
divina, y una de ellas con la Humana.