La Divina Comedia

CANTO XVI

Oh pequeña nobleza de la sangre,

que de ti se gloríen aquí abajo

las gentes donde es débil nuestro afecto,

nunca habrá de admirarme: porque donde

el apetito nuestro no se tuerce,

digo en el cielo, yo me glorié.

Eres un manto que pronto se acorta:

tal que, si no se agranda día a día,

el tiempo va en redor con las tijeras.

Con el «vos» que primero sufrió Roma,

y que sus descendientes no conservan,

comenzaron de nuevo mis palabras;

por lo cual Beatriz, que estaba aparte

la que tosió, al reírse parecía,

al primer fallo escrito de Ginebra.

Yo le dije: «Vos sois el padre mío;

vos infundís aliento a mis palabras;

vos me eleváis, y soy más que yo mismo.

Por tantos cauces llena la alegría

mi mente, y de sí misma se recrea

pues soportarlo puede sin fatiga.

Habladme pues, mi caro antecesor,

de los mayores vuestros y los años

que dejaron su huella en vuestra infancia;

decidme cómo era en aquel tiempo

el redil de san Juan, y quiénes eran

los dignos de los puestos elevados.»

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